Prácticas profesionales


Durante mi cuarto año en la carrera de Música, tuve la oportunidad de realizar mis prácticas profesionales en el Colegio Agustín Melgar, ubicado en la comunidad de Ixtlilco el Grande, Tepalcingo, Morelos. Esta experiencia representó un momento clave en mi formación profesional, pues me permitió aplicar los conocimientos adquiridos a lo largo de la carrera en un contexto real, enfrentándome a retos que enriquecieron profundamente mi vocación docente y mi perspectiva sobre el impacto de la educación musical.

Residencia En Docencia 

Trabajé directamente con alumnos de nivel preescolar y primaria, a quienes impartí clases de teoría musical durante las mañanas. El trabajo con los más pequeños fue especialmente significativo, ya que me llevó a buscar estrategias creativas, dinámicas y accesibles para que pudieran comprender conceptos básicos como el ritmo, el pulso, la melodía y el tempo. A través del juego, el canto y ejercicios participativos, logré captar su atención y motivarlos a explorar el mundo de la música desde una edad temprana. Esta etapa reforzó en mí la importancia de adaptar los contenidos a las etapas del desarrollo de los niños y me permitió afinar mis habilidades pedagógicas con sensibilidad y empatía.

Por las tardes, me dediqué a dar clases particulares de instrumento. Enseñé guitarra, piano, cello, violín y trompeta, lo cual supuso un gran reto logístico y pedagógico, ya que cada alumno requería una atención personalizada según su nivel, intereses y estilo de aprendizaje. Fue tan buena la recepción de las clases que llegué a tener un total de 27 alumnos, distribuidos a lo largo de la semana. Esta demanda no solo me llenó de satisfacción, sino que también me enseñó a gestionar mi tiempo de forma eficiente, a organizar mis clases con claridad y a mantener la motivación de los estudiantes a través de un seguimiento constante y cercano.

Más allá de los aspectos técnicos y organizativos, esta experiencia me permitió ver de cerca el valor que tiene la música en el desarrollo emocional, cognitivo y social de los estudiantes. Pude observar cómo, con constancia y entusiasmo, los alumnos no solo aprendían a tocar un instrumento, sino que también ganaban confianza, disciplina y alegría. Muchos de ellos llegaban a clase con entusiasmo, practicaban por su cuenta y compartían sus avances con orgullo. Este tipo de reacciones me hizo reafirmar mi convicción de que la educación musical es una herramienta poderosa para transformar vidas.

Mis prácticas profesionales también me enseñaron el valor del compromiso, la paciencia y la vocación. En muchas ocasiones, tuve que adaptar mis métodos, resolver imprevistos o improvisar soluciones para responder a las necesidades del día a día. Cada reto se convirtió en una oportunidad de aprendizaje que me permitió crecer como docente, como músico y como ser humano.


Residencia Eclesiástica 

Durante mi residencia eclesiástica, tuve la grata oportunidad de participar activamente en el ministerio musical y organizativo de la iglesia local. Más allá de colaborar en la planificación de los cultos y dirigir los cantos congregacionales, esta etapa me brindó la oportunidad de poner mis dones musicales al servicio de la comunidad de una manera más amplia y significativa.

Uno de los momentos más enriquecedores de esta experiencia fue el surgimiento de la iniciativa de formar un coro. Con ayuda de los ancianos, lanzamos  una convocatoria dirigida a los miembros de las cinco iglesias de la localidad, invitándolos a participar en un proyecto coral que buscaba unir a la comunidad a través de la música. Para mi alegría, la propuesta fue bien recibida: los integrantes respondieron con fidelidad y compromiso, asistiendo con constancia a los ensayos que realizábamos cada viernes por la tarde y los sábados a las 4:00 pm.

Este proyecto no solo representó un reto organizativo —que incluyó la gestión de un espacio de ensayo, la selección de un repertorio adecuado y la coordinación de los ensayos—, sino también una experiencia profundamente gratificante. Ver cómo personas de diferentes congregaciones se unían con un mismo propósito, compartiendo su tiempo y sus talentos para alabar a Dios, fue algo verdaderamente inspirador.

La culminación de este trabajo fue un programa navideño especial, presentado en la iglesia central del pueblo. Fue un momento lleno de significado, no solo por la belleza del evento, sino por todo el proceso de crecimiento, comunión y servicio que hubo detrás. El coro no solo fue un grupo de voces: fue un reflejo del poder de la música para unir, fortalecer la fe y crear comunidad.

Esta residencia me permitió ver el impacto transformador que tiene la música dentro del contexto eclesiástico. También me enseñó que el liderazgo espiritual a través del arte implica compromiso, sensibilidad y una profunda vocación de servicio. Me voy de esta experiencia con el corazón lleno de gratitud, convencido de que cada oportunidad de servir en la iglesia es también una oportunidad para crecer como músico, como líder y como hijo de Dios.


Residencia Comunitaria

Durante mi residencia comunitaria, tuve la oportunidad de brindar clases de regularización a niños de la comunidad, no únicamente del Colegio Agustín Melgar, sino también de otros contextos cercanos. Las sesiones se llevaban a cabo por las tardes y algunos domingos, con el objetivo de apoyar a aquellos alumnos que enfrentaban dificultades en su avance académico.

Muchos de estos niños presentaban estilos de aprendizaje distintos que no siempre eran atendidos adecuadamente en sus entornos escolares, mientras que otros simplemente no contaban con los recursos necesarios, como acceso a internet o una biblioteca cercana. Esta realidad me llevó a adaptar mis métodos de enseñanza y a desarrollar una sensibilidad especial hacia sus necesidades, creando un espacio seguro y accesible para aprender.

Esta experiencia me permitió conectar más profundamente con la comunidad, entender los retos educativos que enfrentan muchas familias y reafirmar mi compromiso con la enseñanza como una herramienta de inclusión y transformación social. Más allá del contenido académico, lo que ofrecimos fue tiempo, atención y esperanza, elementos fundamentales para el desarrollo integral de cada niño.

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